“Ésa soy yo. Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha encontrado junto a un papel en blanco y una historia sin contar”.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Amores que, aunque maten, nunca mueren

Creo que nunca he escrito sobre esto,  ni sobre ti, o más bien lo que he escrito era tan escandoloso y privado, o tan escandalosamente privado, que habría sido una locura dejar que alguien lo leyera.
 Un día caí en la cuenta de que la posibilidad de perderte, aunque ínfimamente posible, existía.
Que existiría un día que dejarías de estar en mi vida, y eso me dejaría tan rota por dentro como por fuera, que un día nuestros juegos se acabarían, que en algún momento de la vida tendrías que verme en brazos de otro, aunque interiormente los dos sepamos que siempre seré tu niña. Que nadie sabrá nunca qué hacer exactamente para hacerme rabiar como lo haces tú. Que un día me encontraría sola en este mundo y tú no estarías allí para orientarme. Que un día dejarías de llevarme en brazos cuando los tacones me doliesen. Que en algún momento lloraría por ti y no contigo. Que nuestro momentos juntos eran la imagen del amor. Me di cuenta de lo que eran las promesas el día que me abrazaste cuando estaba llorando y me dijiste "no te preocupes, todo va a estar bien". Y puede que de ahí en adelante no todo fuese bien, pero tú hacías que todo fuese mejor de lo que era.Y que a pesar de que digan que los para siempre no existen, yo sé que el nuestro es real. Que nunca encontraré otro pecho como el tuyo, para poder cerrar los ojos al mundo. Que nunca querré a nadie como te quiero a ti.
Y es que estoy enamorada de ti, papá. Busco el significado del amor en tus ojos verdes y lo encuentro en tus abrazos. Y es que nunca hubo un amor comparable al que hay entre una hija y su padre.
Perdón por mis malas contestaciones y mis días grises, gracias por enseñarme a pintar coloreándolos tú mismo.
Perdón por no decirte más a menudo que te quiero. No es que no lo haga, ya lo sabes, soy así.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El alma mojada y las hojas secas

Seré la única loca a la que Septiembre no la amarga. Y que le encuentro su gusto a la lluvia y al color del cielo cuando está gris, que me gusta viajar con tormenta y sentir la amenaza de la naturaleza sobre mí. Que no lo encuentro tan desagradable eso de la nostalgia. Bueno, supongo que entonces no es nostalgia, por eso de Víctor Hugo "la melancolía es el placer de estar triste". Sí, Septiembre me vuelve melancólica. ¿Por qué iba a odiarle? No es un final, es un principio. Hay veces que hasta coinciden. En verdad creo que lo que me gusta es poder tener una excusa para llegar tarde y despeinada a todos los sitios. Me gusta cuando los días tienen el color de mis ojeras y comparten mi estado de ánimo. Me gusta cuando el cielo me llora encima y yo no puedo hacer nada para consolarle. Me gusta ver cómo los árboles cambian de color. Me gusta el sonido de las hojas marrones cuando las piso. Me gusta recordar mi infancia pasada por agua en un pueblo donde cada vez que llovía se inundaba la calle principal. Me gustan las calles grises coloreadas con los paraguas de la gente. Me gustan las sonrisas despeinadas en días de viento. El humor cambiante de las personas. Los abrazos para dar calor. La fuerte brisa golpeándome la cara. El frío en la cama. Mi excusa para mi mal humor de las mañanas.
¿Qué me hiciste, Septiembre?

sábado, 23 de agosto de 2014

Y entonces el lazo que los unía se hizo un nudo. Eso no significaba que estuviesen más unidos, sino que era más difícil separarlos.

lunes, 4 de agosto de 2014

Tan triste como el mar

Las olas muerden mis pies. Sí, los muerden. Porque el agua está tan fría que duele. O a lo mejor soy yo que estoy tan sensible que todo me daña. Las olas rompen con fuerza a mi lado y el viento agita mi pelo. Por primera vez, no me molesta que el mar esté bravo porque, por fin, puedo decir que nos parecemos en algo. Antes envidiaba su libertad pero ahora me planteo si realmente es libre, o sus olas furiosas son un intento de llegar a tierra firme. Quién sabe, a lo mejor el sonido de sus olas tan característico tan solo es un grito desesperado, un grito al que nadie hace caso. Y es que tal vez hasta el mar este cansado de la arena. Miro al horizonte en busca de algo, aunque en verdad no veo nada, ni tan siquiera el horizonte. Hay una bruma levantada que solo se ve si miras lejos de ti y difumina el horizonte y parece que el cielo y el mar fuesen solo uno, todo está indefinido. Esa bruma debe ser lo que hay en mi cabeza, ya que ningún pensamiento lo tengo ya definido. Pero alcanzo a ver el faro a lo lejos. Ojalá yo tuviera algún faro que guiase mis pensamientos.

viernes, 11 de julio de 2014

"Cafeínas sentimentales"

- Así que eso te cuento- digo, removiendo distraídamente mi café con leche.
Ella da un pequeño trago a su descafeinado de máquina y lo deja en el platito. Me mira seriamente y niega ligeramente con la cabeza.
- No tienes por qué aguantar estas tonterías. Tienes mucha más cabeza que todas ellas juntas- me contesta.
Suspiro amargamente y miro a mi alrededor. Ciertamente no es el lugar en el que habría imaginado acabar. Y la verdad es que tampoco sé muy bien cómo he acabado en esa cafetería, sentada en una mesa al lado de la máquina tragaperras (una máquina que no me vendría mal que se tragase a más de una), con una sudadera en pleno Julio y contándole a mi madre todos mis problemas adolescentes. No, lo cierto es que nunca pensé que acabaría así.
- Es que... Dios mío, estoy harta de tanta tontería. Harta de tanta gente que lo único que sabe hacer es meterse en la vida de los demás y criticar. Y luego ya lo que me revienta es lo falsos que pueden llegar a ser algunos y algunas. Y es que antes era capaz de aguantar todo esto y la inmadurez de ciertas personas pero cada vez menos y de lo que me dan ganas es de mandarles a todos a la mierda...
- Tranquilízate, eres demasiado guapa como para preocuparte por eso.
Me quedo mirándola y las dos nos echamos a reír. 
-No digas tonterías, anda...
- No, ahora en serio -me dice-, tienes amigos que valen oro, disfruta con ellos y olvídate de los demás. Ademas, mira, esa es una guarra, la otra una lameculos y una metemierda, y las otras dos unas marujas. No tienes que envidiarlas en nada.
Ante tales comentarios sólo puedo reír.
Estrujo el sobre de azúcar con una mano y me doy cuenta de que el hombre que está gastando todo su dinero en la tragaperras no quita el oído de nuestra conversación. No sé si la curiosidad mató al gato, pero a este hombre le va a dejar arruinado porque sigue metiendo moneditas en la máquina.
- Me tengo que ir a trabajar- comenta mi madre.

- Sí, es verdad. Siento haberte entretenido- le digo, levantándome de mi asiento.
- No es problema, cariño. El próximo día buscaremos un sitio más elegante- dice guiñándome un ojo a la vez que salimos por la puerta.
Nos despedimos y me da un beso en la frente. Qué diferente habría sido todo si desde el principio le hubiese confiado más cosas de las que me pasaban y cuánto sufrimiento podría haberme ahorrado en su momento. No, no era mi amiga, claro que no lo era. Y ninguna de las dos quería que lo fuese, porque una madre es una madre y tendría que haberme dado cuenta antes que, aunque me haga ver que lo he hecho mal, su apoyo no me faltaría nunca. Porque no es mi amiga; es mi madre.

jueves, 3 de julio de 2014

Eso que tú llamas felicidad

¿Qué ha pasado? ¿Qué te han hecho? ¿Qué te has hecho? Cuéntamelo. Entre calada y calada tienes tiempo. Te miro, te miro y no te reconozco. Te has convertido en algo que nunca quisiste ser. Dejaste de ser mi ejemplo a seguir para ser el ejemplo de qué no seguir. Dime dónde quedaron esos momentos de felicidad juntos, esa complicidad y esos juegos de dos que nadie más entendía, porque yo no los veo por ningún lado. Ya no sé si es por el humo de tus porros que no me deja verlos o porque tú mismo te has encargado de esconderlos. De esconderlos como escondíamos nuestras travesuras. O como yo guardaba tus secretos. El problema es que ahora tus secretos a mí se me quedan grandes y no es porque yo sea de baja estatura. Siempre fuiste propenso a dejar que tu felicidad dependiera de otras personas pero nunca imaginé que le darías ese privilegio a una planta. Una planta que te da felicidad por media hora y destruye todo lo que a tu alrededor te la daba el resto del día. Igual que destruye tu personalidad. Y no te creas, tu “felicidad”, irónicamente, también ha destruido la mía. Y la de esta casa que ahora tiembla con cada vez que te enfadas. Como la pata de esa mesa que se rompió en un intento de huir de casa. Como mi cuerpo con cada grito. Como el papelillo de tu cigarro cuando resoplas indignado.

Pero, tranquilo, tú sigue inhalando tu felicidad y sigue pensando que ese humo expulsa tus problemas, que seguro que así, el día que soples y apagues la llama de tu mechero, tus deseos se cumplirán. Mientras tanto yo estaré aquí, para cuando esa felicidad te dañe y te des cuenta que tus problemas no se han ido. 

martes, 3 de junio de 2014

Hoy hace cuatro años perdí cuanto tenía

Hoy hace cuatro años que perdí lo que tenía. Hoy hace cuatro años que comprendí cómo era la vida. Hoy hace cuatro años que tuve que olvidar todo lo que sabía sobre cómo se vivía. Porque ya nada iba a ser igual. Ya no habría nadie todos los viernes esperándome con una sonrisa, la cena caliente, la mesa puesta y el abrazo preparado. Ya no habría nadie con quien sentarme en el sofá a tomar un helado de corte después de llegar a casa por la noche. Ya no saldría a cenar a la terraza para tomar el fresco. Ya no tendría que acompañar a nadie al caño a por agua. No habría nadie que me regañese por saltar en esa casa, también porque cuando voy allí ahora lo que menos me apetece es saltar. Tampoco habría nadie que enseñase a coser con ese maldito dedal que siempre se salía de mi dedo.
Y es que esas cinco palabras que pronunció mi padre en aquella gasolinera con azulejos amarillos cambiaron mi vida, me cambiaron a mí. Recuerdo todo de ese día y aún así no entiendo nada. No sé cómo pasó todo y tampoco estoy segura de querer saberlo. Recuerdo haber llorado hasta quedarme dormida. Recuerdo despertarme y no saber qué hacía allí con la cara llena de lágrimas. Y entonces me acordé de qué había pasado y volví a derrumbarme. Me levanté para recorrerme la casa, esa casa que para mí había sido escenario de tanta felicidad y que ahora era una pesadilla. La falda que me estaba arreglado estaba ahí, intacta, tal y como ella la había dejado, hilvanada y sobre la mesa de la máquina de coser. Tenía el estómago vacío pero no tenía hambre ni ganas de comer. Sólo quería llorar y volver a dormir. Llorar para intentar sacar todo ese dolor que tenía dentro. Dormir para escapar de aquella pesadilla. Me planteé seriamente la posibilidad de que fuera un sueño pero me di cuenta de que ni en mis sueños más realistas podría haber sentido tanta desesperación, impotencia y dolor.
Nunca he llegado a asumir del todo que no la volvería a ver. Que no me iba a volver a dar sus agobiantes infinitos besos. Que no me iba a volver a hacer caramelo de azúcar quemada. Que cuando me pusiese mala, no iba a darme la asquerosa Amoxicilina mezclada con zumo de naranja en vez de agua y mucho, mucho azúcar porque “Encima de que estás malita, mi niña, quieren matármela del asco con este sabor. Ya podían esforzarse en hacerlo un poco más agradable”. Ni que nadie se despertaría de madrugada para arroparme y que no pasase frío o por si por algún casual me había entrado sed y tenía que llevarme un vaso de agua.
Hace cuatro años, me convertí en quien soy. Hace cuatro años, maduré de golpe. Porque, sí, era madura para mi edad pero maduramos con los daños y no con los años. Hace cuatro que aprendí qué era el dolor mental. Hace cuatro años supe qué era perder a alguien realmente importante para ti.
Hoy hace cuatro años que te perdí pero, aunque no te llore como antes, te echo de menos como el primer día.

jueves, 24 de abril de 2014

"- ¡Rosas! Todos los hombres sacáis vuestro romanticismo del mismo libro trillado. Las flores son bonitas; no niego que sean un buen obsequio para una dama. Pero siempre regaláis rosas, siempre rojas, y siempre perfectas. De invernadero si podéis conseguirlas. – Se volvió y me miró-. ¿Tú piensas en rosas cuando me ves?
La prudencia me hizo sonreír y negar con la cabeza.
-A ver, si no son rosas, ¿Qué ves cuando me miras?Estaba atrapado. La miré de arriba abajo una vez, como si intentara decidirme.
-Bueno… -dije-, no deberías ser tan dura con los hombres. Verás, escoger una flor que le vaya bien a una chica no es tan fácil como parece.Ella me escuchaba atentamente.
-El problema es que cuando le regalas flores a una chica, tu elección puede interpretarse de diferentes maneras. Un hombre podría regalarte una rosa porque te considera hermosa, o porque le gustan su color, su forma o su suavidad, que le recuerdan a tus labios. Las rosas son caras; al elegirlas, quizá quiera demostrarte que eres valiosa para él.
-Has defendido bien a las rosas. Pero resulta que a mí no me gustan. Elige otra flor que me pegue.
-Pero ¿qué pega y qué no pega?  Cuando un hombre te regala una rosa, lo que tú ves quizá no sea lo que él pretende hacerte ver. Tal vez te imaginas que te ve como algo delicado y frágil. Quizá no te guste un pretendiente que te considera muy dulce y nada más. Quizá el tallo tenga espinas, y deduzcas que él piensa que podrías rechazar una mano demasiado rápida. Pero si corta las espinas, quizá pienses que no le gustan las mujeres que saben defenderse ellas solas. Las cosas pueden interpretarse de muchas formas-concluí-. ¿Qué debe hacer un hombre prudente?
Ella me miró de reojo.
-Si ese hombre fueras tú, supongo que tejería palabras inteligentes y confiaría en que la pregunta quedara olvidada.-Ladeó la cabeza-.Pero no va a quedar olvidada.¿Qué flor escogerías para mí?
-Está bien, déjame pensar.-Me volví y la miré; luego miré hacia otro lado-. Vamos a hacer una lista. Quizá diente de león: es radiante, y tú eres radiante. Pero el diente de león es una flor muy corriente, y tú no eres una persona corrientes. De las rosas ya hemos hablado, y las hemos descartado. ¿Belladona? No. ¿Ortiga? Quizá…
Hizo como si se enfadara y me sacó la lengua. Me di unos golpecitos en los labios, fingiendo cavilar.
-Tienes razón, solo te pega por la lengua.Dio un resoplido y se cruzó de brazos.
-¡Avena loca! – exclamé , y soltó una carcajada-. Es salvaje, y eso encaja contigo, pero es una flor pequeña y tímida. Por esa y por otras… -carraspeé- razones más obvias, creo que descartaremos también la avena loca.
-Una lástima-dijo
- La margarita también es bonita- proseguí sin dejar que me distrajera-. Alta y esbelta, y crece en los márgenes de los caminos. Una flor sencilla, no demasiado delicada. La margarita es independiente. Creo que te pega… Pero continuemos. ¿Lirio? Demasiado llamativo. Cardo: demasiado distante. Violeta: demasiado escueta. ¿Trilio? Hmmm, podría ser. Una flor bonita. No se deja cultivar. La textura de los pétalos… -realicé el movimiento más atrevido de mi corta vida y le acaricié suavemente el cuello con dos dedos- es lo bastante suave para estar a la altura de tu piel. Casi. Pero crece demasiado a ras de suelo.
-Has compuesto todo un ramillete- dijo ella con dulzura. Inconscientemente, se llevó una mano al cuello, al sitio donde yo la había tocado; la dejó allí un instante y luego la dejó caer.
¿Buena o mala señal? ¿Estaba borrando mi roce o reteniéndolo? La incertidumbre se apoderó de mí y decidí no correr más riesgos. Me paré y dije:
-Flor de selas.
Ella se paró también y se volvió para mirarme.
-¿Tanto pensar y eliges una flor que no conozco? ¿Qué es una flor de selas? ¿Por qué?
-Es una planta trepadora,  fuerte, que da flores de color rojo intenso. Las hojas son oscuras y delicadas. Crecen mejor en sitios umbríos, pero la flor capta los pocos rayos de sol para abrirse.-La miré-. Te pega. En ti también hay sombras y luz. La selas crece en los bosques, y no se ven muchas, porque solo la gente muy hábil sabe cuidarla sin hacerla daño. Tiene una fragancia maravillosa. Muchos la buscan, pero cuesta encontrarla.-Hice una pausa y escudriñé su rostro-. Sí. Ya que estoy obligado a elegir, elijo la selas.
Me miró; luego apartó la vista.
-Me sobrevaloras.
Sonreí.
-¿No será que tú te infravaloras?
Atrapó un trozo de mi sonrisa y me lo devolvió, destellante".

El Nombre del Viento

domingo, 20 de abril de 2014

Game Over

Era un juego sencillo: Nos contábamos nuestra vida de manera indirecta hasta encontrar coincidencias. Y, sorprendemente, había muchas.
Pero las reglas no decían quién era el ganador. Y el problema era que ninguno de los dos sabía las reglas. Ni que estábamos jugando. 


¿Cuándo se acababa? ¿Cuándo teníamos que parar? 
Cuando uno de los dos perdiera. Claro.

Pero... ¿Y cuándo perdía? 
Claro. Cuando uno sufría por culpa del otro. 
¿Y entonces?
 Fin. Se acabó la partida.

miércoles, 9 de abril de 2014

Dejemos por un rato esta dulce hipocresía

Cruzamos el riachuelo de un salto y nos sentamos a merendar en la hierba. Habíamos llegado hasta ahí en bici. Cuatro chicas lo bastante lejos de toda civilización para poder dejar atrás todos sus miedos. Lo pensé mientras bromeaban conmigo. No teníamos que hablar en susurros para no ser escuchadas. No teníamos que hablar en clave para que la señora que toma el sol a nuestro lado no se entere de nuestros problemas adolescentes.
Había ido allí más veces y siempre me producía la misma sensación de libertad. Tal vez una pradera atravesada por un río fangoso y mal oliente no sea el ideal de libertad de muchas personas pero para mí era lo más parecido a ello que había tenido nunca. Teníamos que llegar allí a través del esfuerzo pero el viaje merecía la pena.

 Si nos hubiésemos callado en algún momento, podríamos haber escuchado las canciones de los pájaros, los duetos de los grillos y el golpear del agua sobre las piedras unos metros por detrás de nosotras. Pero no fue así. No nos callamos. Es imposible callarte cuando estás allí. Hablamos más que nunca. Creo que en esas horas salieron de nuestras bocas más verdades que en muchas de las semanas anteriores. Hay algo en ese sitio que te obliga a sacar todo lo que tienes dentro. Podríamos compararlo con un confesionario. La diferencia es que a un confesionario vas porque necesitas que alguien perdone tus pecados. Allí no. Allí llegas por azar o por suerte.  Nadie planea ir allí para sincerarse. Vas a dar allí por trabajo, por gusto, por hacer deporte o, como nosotras, por pasar una tarde de chicas. Pero te acabas encontrando a ti mismo sincerándote con tu más inesperado acompañante. No sé por qué es. Pero es la verdad. Ahí dices muchas cosas que estando en tu ambiente no las dirías a no ser que fueses ebrio. Es como si necesitases sacarlas de dentro. Esa sensación de tener algo en el pecho que quiere salir. No sabrás de lo que hablo si nunca lo has experimentado.. Lo retienes, lo retienes, lo retienes y, llegas allí, y de repente, no te importa que salga. Pienso que puede ser porque, al alejarnos de la rutina, de la presión de la población, de la sociedad, al encontrarte en un remoto lugar del mundo, acabas entendiéndote de verdad a ti mismo, entendiendo tus necesidades, entendiendo que esa mala hostia que tienes últimamente fue producida por un disgusto que quieres disimular y no sabes cómo; acabas entendiendo que fingiendo no tener sentimientos no te haces más fuerte; acabas entendiendo que ocultando tu verdadera situación a las personas que te apoyan no vas a solucionar nada; acabas entendiendo que “la función de relación” que tantas veces has estudiado en clase también se basa en comunicarte con los demás. Y acabas entendiendo que tú lo que necesitas para librarte de esa sensación de malestar que te acompaña cuando estás a solas en tu cama por la noche no se va a ir escuchando música, no se va a ir estando enfadado con los demás, no se va  a ir durmiendo, no se va a ir dándote un baño relajante ni tampoco enfrascándote en un buen libro. Ese malestar se va cuando has hablado con alguien de lo que te pasa. Tal vez por eso esos viajes en bici te dejen tan exhaustos y no por sus 15 km pedaleando. Al fin y al cabo, decir la verdad siempre es más complicado y agotador que mentir.

lunes, 10 de marzo de 2014

"Y que se entere el mundo que no importa nada más"

Escuchas una canción. Cualquiera. ¿De qué trata la letra? De amistad, de cariño, del dolor de una pérdida.  Amor todo al fin y al cabo.
Lees un libro. Me da igual cuál. De fantasía, de aventuras, de magia, futurista. ¿Qué hay en él? Fijo que una trama de amor. Puede que no sea el tema central de la obra pero, ¿a que aparece una pareja, novios o matrimonio, una gran amistad, un hermano? Amor después de todo.
Una serie de televisión. Puede ser policíaca, una telenovela, sobre la vida en el hospital, un reality show… Infinidad de ellas. ¿Qué hay en todas? Alguna relación amorosa.
¿Por eso odiamos tanto el amor? ¿Porque está presente en todos los ámbitos de nuestra vida? Pero, entonces, es fácil solucionarlo. No escuches la letra de las canciones, pon sólo música clásica o melódica. No leas libros, sólo las noticias en el periódico. No veas series televisivas, tan sólo concursos individuales y el telediario.
 ¿Por qué no lo haces? ¿Por qué te sabes la letra de la canción de let her go entera? ¿Por qué sigues leyendo 50 Sombras de Grey si te da igual con quién acabe Anastasia? ¿Por qué quieres saber si Katniss elegirá a Gale o a Peeta, y Bella a Edward o a Jacob? ¿Por qué quieres seguir viendo a Castle y Becket juntos? ¿Por qué te molesta la insensibilidad de Bones? ¿Por qué no dejas de ver Pretty Little Liers o Gossip Girl?
 Si tanto odiamos el amor y tanto asco nos da, evitémoslo.

Pero después de esto, no me podréis negar que el amor nos mueve. En realidad, el amor mueve el mundo.

lunes, 17 de febrero de 2014

Atraparte con mis palabras y que no quieras que te suelte

¿Qué tiene ese libro que te gusta tanto que no tenga aquel que no te gustó nada? Que te intrigó, que su historia te cautivó, que te sentiste identificado con el protagonista, que su forma de relatar, sus palabras, te atraparon. Eso quiero hacer yo. Atraparte con mis palabras. Atraparte con mis palabras y que no te quieras soltar. Llevarte a un mundo nuevo, desconocido hasta ahora para quien no me ha leído. Quiero dejarte reflexionando por unos momentos. Quiero que cuando vayas en el coche te acuerdes de lo que yo escribí y te pares a pensar. Quiero que tengas ganas de que vuelva a escribir algo para poder leerme. Quiero formar parte de tu rutina. Que entres aquí buscando una historia nueva, un nuevo sentimiento. Dicen que una imagen vale más que mil palabras pero, a mí, mil palabras se me quedan cortas. Irónico porque no sé cómo seguir rellenando este documento en blanco. Cuanto mayor es el reto, mayor es la satisfacción. Y yo me he propuesto como reto llenarte de emociones y vaciarte mediante lágrimas. Quiero tocarte tan hondo que quieras compartir esto con alguien, que también sientan lo que tú sentiste al leerlo. Quiero saber qué es eso que tanto quiero. Quiero encontrarme a mí misma. Quiero descubrir el secreto de nuestra existencia. Quiero saber por qué cuando alguien te mira a los ojos te pones nervioso y apartas la mirada. Quiero saber por qué a veces busco los abrazos cuando en realidad me agobian. Quiero saber por qué se echa de menos algo, por qué aparece esa sensación tan rara en el estómago y esa angustia en la mente. Quiero saber a quién se le ocurrió llamar “mariposas en el estómago” a ese cosquilleo tan incómodo si las mariposas en realidad son bonitas. Quiero saber por qué nos da miedo enamorarnos. La excusa de que no queremos sufrir es muy pobre, al fin y al cabo no sabríamos qué es la felicidad si no supiésemos qué es el dolor. Me gustaría saber por qué confundimos ser feliz con tener una vida idílica. También por qué no sonríes más a menudo porque estás realmente guapo/a. Quiero aprender a escuchar la canción interpretada en una carcajada. Quiero saber qué es eso en lo que más te gusta perder el tiempo. Quiero saber por qué los olores nos traen recuerdos. Quiero saber qué se siente al entrar en el bar al que ibas con tus amigos hace tantos años y ver que todo sigue igual. Quiero saber muchas cosas pero, sobre todo, quiero saber qué debo hacer para que caigas ante mis encantos literarios.

lunes, 10 de febrero de 2014

Crisantemos compartidos

Me cruzo con una mujer anciana de mi pueblo. Siempre me dice lo mucho que me parezco a mi abuela. Lo mucho que la echa de menos. Y, aunque está vieja, con los huesos carcomidos por el tiempo, la cara repleta de arrugas, y tiene lo que yo creo que es un principio de demencia, siempre me lo dice con la voz entrecortada y los ojos anegados en lágrimas. Esto me hace parar a pensar. Ellas eran amigas. Ahora ya no son vecinas. Una de ellas no está en el pueblo. No está en la provincia ni el país. Ni tan siquiera está en esto que llamamos mundo. O al menos, no físicamente. Pienso en lo que se debe sentir al asistir al funeral de tu amiga, al saber que ya nunca la volverás a ver ni volverás a oír su voz. No me gusta escribir sobre este tema pero los humanos somos tan ignorantes que renegamos de hablar sobre cosas tan reales como la vida misma. Evitamos cualquier cosa relacionada con la muerte. Sé que no es agradable pero existe y no podemos ignorándola.
Pienso en lo que debe sentir aquella mujer y me acuerdo de ti. De repente me entra un pánico terrible. Más que pánico, es angustia. Es una angustia que no voy a poder calmar porque el miedo que la funda es real. En algún momento, una de las dos dirá un adiós que dejará a la otra sin un pedacito de sí. Por eso es que quiero que me prometas una cosa: que esperaremos juntas ese momento. Que cuando seamos viejas seguiremos siendo amigas. Que nunca perderemos ese espíritu joven y fresco que nos caracteriza. Que reiremos a carcajadas mostrando a todo el mundo nuestras dentaduras postizas del mismo modo que ahora mostramos las nuestras sanas. Que seguiremos disfrutando de la compañía de la otra. Que seguiremos hablando horas y horas muertas sin aburrirnos. Que quedaremos por las tardes para no hacer nada en especial como solemos hacer ahora. Que nos tomaremos un café juntas en la cafetería de la esquina antes de recoger a los nietos del colegio. Que no olvidaremos todos esos momentos que hemos vivido juntas y todos los que nos quedan por vivir. Que seguiremos sonriendo al recordar la historia de cómo nos conocimos. Que seguiremos cuidándonos la una a la otra como acostumbramos a hacer. Que seguiremos vacilándonos como sólo nosotras sabemos.

En definitiva, que la distancia no nos separará a la una de la otra y que el tiempo no nos hará olvidarnos. Que superaremos todos esos obstáculos juntas porque somos expertas en hacerlo.

martes, 28 de enero de 2014

Un mundo de suicidas

Caminaba sin rumbo. Mi paso era lento. No tenía prisa. No tenía destino fijo. Bueno, en realidad sí. Pero no era allí donde quería ir. Tampoco sabía dónde quería ir. Tal vez a un lugar donde pudiese gritar tranquilamente.
A la gente le atormenta la soledad. Yo la he probado varias veces y podría decir que, así como al café amargo, le encuentro su encanto. Me gusta estar sola. Puedo pensar en lo que quiera sin molestas interrupciones. Creo que por eso a la gente le asusta. Pienso que tienen miedo de estar a solas con sus pensamientos. Creo que prefieren no tener que pensar, así no se pueden arrepentir de nada, no recuerdan, no reflexionan. Nos disparamos balas directas a la sien con nuestra propia ignorancia. Así nos libramos del sufrimiento de pensar.
Nos quejamos de que somos manipulados pero, realmente, somos nosotros mismos los que estamos firmando nuestra sentencia de muerte con nuestros actos.
A veces hay que dejar ir a los pensamientos más lejos de nuestro área personal. Hay que dejarlos escapar. Que nos formulen preguntas que aparentemente no tienen solución. Porque, ¿sabéis?, son esas preguntas las que mueven el mundo, las que conforman nuestra razón de ser. Porque, de una manera u otra, vivimos para encontrar una respuesta a ellas para acabar dándonos cuenta de que, a veces, no tienen respuesta o que, tal vez, están mal formuladas y su respuesta llevaba a nuestro lado toda una vida solo que no la consideramos adecuada o importante. Igual que ahora pensar. No lo consideramos importante.

lunes, 20 de enero de 2014

Promesas de Año Nuevo

Escribí esta historia para un concurso de relatos que se celebró en mi pueblo este verano. Ahora la hago pública aquí. Espero que guste.
«Me sumergí en el mundo de sus ojos marrones color café como hacía cada vez que le miraba. En ellos, vivía en un mundo paralelo donde las alegrías eran continuas y nuestra mayor preocupación era que nuestros labios se separasen milímetros. Cerré los ojos y volví a besarle. Pensé que nunca podría cansarme del sabor de su boca.
Se separó ligeramente, esbozó esa media sonrisa que tanto me gusta, dibujó con sus labios un “te quiero” y después los posó en mi frente.
Rodeé su cintura con mis brazos y me quedé ahí parada, abrazada a él. Estaba segura de que la escena, lejos de ser bonita, resultaba ridícula; él me sacaba alrededor de treinta centímetros pero nunca le dio importancia.
Hacía frío puesto que era pleno invierno pero, al estar abrazada a él, su cuerpo me traspasaba su calor.
Habíamos salido a cenar aquella noche porque, en poco tiempo, iba a cumplir mis veinticinco años aunque tenía la sensación de que había vivido por treinta y nueve. Demasiado madura, quizás.
Habíamos tenido muchas dificultades pero al final habíamos conseguido estar juntos. No pensaba dejar que un pequeño bache me lo arrebatase. Bueno, vale, tal vez ese no fuese uno pequeño pero igualmente estaba dispuesta a luchar por él y superarlo.
Aspiré con fuerza por la nariz, impregnándome de su olor. Sonreí ligeramente. Desde que le había dicho que mi olor favorito era el del “Axe”, lo usaba todos los días.
Lo nuestro no era algo casual; llevábamos mucho tiempo conociéndonos y tonteando. Él se lo había pensado mucho antes de pedirme nada y yo me había pensado más aún qué contestarle. Pero me di cuenta de que le necesitaba en mi vida, que él me preocupaba, que no aguantaría verle con otra. Me di cuenta de que le quería.
Mis amigas dicen que nunca han dicho un “te quiero” sincero a ningún chico. Yo sí. Muchos. A ese idiota que me abrazaba. No me sentía superior a ellas por eso; simplemente, más afortunada.
Mientras ellas vivían amores de una semana yo llevaba con él cerca de tres años.
De pronto, su voz grave me trajo de vuelta a la realidad.
-          - Estás tiritando.- dijo quitándose su abrigo y pasándomelo por encima de los hombros.
-         -  No, quédatelo tú. Yo estoy bien. No quiero que te pongas malo.- repuse devolviéndoselo.
Ciertamente, me moría de frío pero no quería que él enfermase. Me daba miedo que eso pudiese perjudicarle.
Había empezado a nevar y ligeros copos caían sobre nosotros. Mientras él retiraba unos pequeños copos que se habían quedado en mi pelo, me preguntó algo que me pilló por sorpresa:
-          -  ¿Me juras que eres sólo mía?
-          - Creía que eso estaba claro.- repuse.- Soy únicamente tuya.
-          - ¿Segura?- preguntó con voz profunda colocándome el gorro de lana que me cubría la cabeza.
-           - Totalmente.
-           - Te quiero.- volvió a decirme. Y se agachó para besarme de nuevo pero esta vez en los labios.
Era un beso de esos sinceros, esos que se dan desde el cariño.
El cariño, eso era lo que les faltaba a los ligues de mis amigas y que yo tenía todos los días.
Era ya casi media noche. Las estrellas brillaban en el cielo.
Supuse que las familias normales estarían en sus casas calentitas, cenando todos juntos en familia. Pero nosotros no éramos una familia normal. Y estábamos muy lejos de serlo.
Sólo llevábamos juntos tres años pero ya estábamos casados. Nos corría prisa hacerlo formal. Nos urgía.
Miré a mi alrededor. Las luces de Navidad brillaban con fuerza dándole al ambiente una apariencia de alegría y felicidad. Esas luces me recordaron que todo en la vida sigue. Que todo puede ser bueno de nuevo. Que hay luz después de la oscuridad. Que hay vida tras la destrucción.
Íbamos caminando de la mano cuando su reloj digital pitó, anunciando las doce de la noche. Me paré en seco en mitad de la calle. Tiré de él hacia mí y con una sonrisa dibujada en la cara le susurré al oído:
-          - Feliz Año Nuevo.- y sin darle opción a responder, le besé.
Sus labios estaban fríos, como los míos, pero carecían de las grietas que los míos tenían por el frío. Sin embargo, se sentían tan cálidos presionados contra los míos…
Él rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia sí con más fuerza. Parecía que íbamos a fundirnos en uno solo. Levanté mis brazos y rodeé su cuello. Enredé mis dedos en su cabello marrón y me pregunté cuántas veces más podría hacer ese gesto en el nuevo año que acabábamos de empezar.


Me hice una promesa a mí misma mientras mis dedos soltaban ligeramente su cabello. Una promesa de nuevo año: Juntos, lograríamos vencer su cáncer».

domingo, 12 de enero de 2014

“Me miró como evaluándome. Yo estaba esperando esa mirada. Era la clase de mirada que decía: «Hablas como si fueras mayor de lo que aparentas». Confiaba en que lo asumiera deprisa. Resulta tedioso que te hablen como si fueras un niño, aunque lo seas”

Al leer estas palabras en "El nombre del viento" me he sentido demasiado identificada.

miércoles, 8 de enero de 2014

Amor, sí, pero,...¿qué es amor?

         Tu canción.-  me dijo sonriendo.
 –     ¿Por qué dices eso?- pregunté confusa.
 –        Porque te gusta mucho. Subes el volumen siempre que suena.

Fue en ese momento cuando lo entendí. Hasta ese momento no había entendido qué era el amor. No entendía cuál era ese sentimiento tan fuerte del que todo el mundo habla.

Amor era que supiese cuál era mi canción favorita sin yo tener que decírselo. Amor era que por las noches se despertase con frío y fuese a mi habitación a cubrirme con una manta. Amor era que fuese al supermercado sin mí y me comprase Nutella porque sabe que me la acabo en dos suspiros. Era que fuese de compras ella sola y me trajese el abrigo que habíamos visto a una chica por la calle sólo por comentarla que me parecía bonito. Era que, al volver a casa después de haber estado tiempo fuera, me tuviese preparada mi cena favorita. Que haciendo zapping vea que está en algún canal mi peli favorita, me llame y deje la tele puesta en ese canal a pesar de a ella le apeteciera ver otra cosa. Que pase por una librería y me llame para preguntarme si quiero algún libro nuevo en especial. Que no me regale lo que quiero, si no lo que necesito. Sí, eso también es amor. Que deje de hacer lo que estaba haciendo para leer lo que he escrito y darme su opinión. Que guarde todos mis cuadros y dibujos por muy mal que estén. Que me saque fotos constantemente porque sabe que me gusta tener esos recuerdos aunque de ese modo ella no salga en ellas. Que me ceda su último cacho de pizza porque a mí me guste cómo le ha quedado.  Que comparta sus libros favoritos conmigo. Que plante en su rincón flores moradas porque dice que le recuerdan a mí. Todo esto es amor.

Y ella estaba ahí, cantando tranquilamente la que ella llamaba “mi canción”, sin saber que acababa de hacerme entender una de las mayores interrogantes en esta vida.

lunes, 6 de enero de 2014

A veces me pregunto dónde te metes, Inspiración

Me encuentro frente a mi ordenador. El Word abierto. Un documento en blanco. El guión parpadea animándome a que empiece a escribir. Pero no encuentro sobre qué. Mi inspiración parece haberse esfumado. Tengo miedo de que no vuelva. Yo sabía hacer esto. Llevo demasiado tiempo con mi mente bloqueada. Intento expresarme y no me sale. Me gusta escribir cosas que te lleguen a ese pequeño rincón que tenemos en el que guardas tus sentimientos y emociones. O, a veces, busco llegar a tu cerebro con mis críticas sociales, expresando mis pensamientos, esos que parecen pertenecer a otra época.
Pensé que había encontrado mi fuente de inspiración. Jugaba con la razón y la emoción. Me iba bien. No sé por qué pero a la gente le gusta leer acerca de los sentimientos de otras personas. Me funcionaba. Nos gusta criticar lo que nos rodea. Pero se me ha acabado ya. Podría seguir escribiendo sobre mis recuerdos, mi tristeza y mis críticas, pero no serviría más que para salvar el paso. Sería repetirme. Y no me gusta. Quiero cambiar. Romper con mi rutina.
Busco ideas en mi alrededor. El cable del cargador del ordenador enredado, una serie policíaca en la tele, un vaso casi vacío, mis uñas rojas tamborileando en el teclado. Lo de siempre. Todo igual. Pienso que tal vez esta monotonía sea la culpable de mi frustrante y prolongado bloqueo mental. Lo maldigo en silencio mientras cierro el documento en blanco del Word. Buscaré otro momento, otra musa o, simplemente, otro sentimiento porque está claro que algo en mí no funciona.

jueves, 2 de enero de 2014

¿Por qué escribir en un blog? ¿Acaso me sirve de algo?

La gente me pregunta que por qué escribo un blog. La verdad es que yo también me lo he preguntado a veces. Empecé a escribirlo porque necesitaba compartir con el mundo mis pensamientos, pero, sobretodo, lo que necesitaba era expresar mis sentimientos de manera diferente, ser sincera con alguien sobre todo lo que me estaba pasando, aunque no conociese a ese alguien que me estaba leyendo y mi vida le diese igual. Y descubrí que escribiendo me libraba de tensiones, enfados, tristezas y rayadas.
Me gustaría poder decir "Mientras haya gente que le guste leer lo que escribo, seguiré escribiendo", pero, lo siento, no es así. Escribo porque lo necesito, así que aunque no haya una sola persona en este mundo que quiera leer lo que escribo, lo seguiré haciendo.
Por tanto, respondiendo a los que me preguntan que por qué escribo un blog, decirles que porque necesito escribir y que lo hago público porque a lo mejor hay alguien que necesita ver que hay alguien que le entiende.