Cruzamos el riachuelo de un salto y nos sentamos a merendar
en la hierba. Habíamos llegado hasta ahí en bici. Cuatro chicas lo bastante
lejos de toda civilización para poder dejar atrás todos sus miedos. Lo pensé
mientras bromeaban conmigo. No teníamos que hablar en susurros para no ser
escuchadas. No teníamos que hablar en clave para que la señora que toma el sol
a nuestro lado no se entere de nuestros problemas adolescentes.
Había ido allí más veces y siempre me producía la misma
sensación de libertad. Tal vez una pradera atravesada por un río fangoso y mal
oliente no sea el ideal de libertad de muchas personas pero para mí era lo más
parecido a ello que había tenido nunca. Teníamos que llegar allí a través del
esfuerzo pero el viaje merecía la pena.
Si nos hubiésemos
callado en algún momento, podríamos haber escuchado las canciones de los
pájaros, los duetos de los grillos y el golpear del agua sobre las piedras unos
metros por detrás de nosotras. Pero no fue así. No nos callamos. Es imposible
callarte cuando estás allí. Hablamos más que nunca. Creo que en esas horas
salieron de nuestras bocas más verdades que en muchas de las semanas
anteriores. Hay algo en ese sitio que te obliga a sacar todo lo que tienes
dentro. Podríamos compararlo con un confesionario. La diferencia es que a un
confesionario vas porque necesitas que alguien perdone tus pecados. Allí no.
Allí llegas por azar o por suerte. Nadie
planea ir allí para sincerarse. Vas a dar allí por trabajo, por gusto, por
hacer deporte o, como nosotras, por pasar una tarde de chicas. Pero te acabas
encontrando a ti mismo sincerándote con tu más inesperado acompañante. No sé
por qué es. Pero es la verdad. Ahí dices muchas cosas que estando en tu
ambiente no las dirías a no ser que fueses ebrio. Es como si necesitases
sacarlas de dentro. Esa sensación de tener algo en el pecho que quiere salir. No sabrás de lo que hablo si nunca lo has experimentado.. Lo retienes, lo retienes, lo retienes y, llegas allí, y de repente, no te importa
que salga. Pienso que puede ser porque, al alejarnos de la rutina, de la
presión de la población, de la sociedad, al encontrarte en un remoto lugar del
mundo, acabas entendiéndote de verdad a ti mismo, entendiendo tus necesidades,
entendiendo que esa mala hostia que tienes últimamente fue producida por un
disgusto que quieres disimular y no sabes cómo; acabas entendiendo que
fingiendo no tener sentimientos no te haces más fuerte; acabas entendiendo que ocultando
tu verdadera situación a las personas que te apoyan no vas a solucionar nada;
acabas entendiendo que “la función de relación” que tantas veces has estudiado
en clase también se basa en comunicarte con los demás. Y acabas entendiendo que
tú lo que necesitas para librarte de esa sensación de malestar que te acompaña
cuando estás a solas en tu cama por la noche no se va a ir escuchando música,
no se va a ir estando enfadado con los demás, no se va a ir durmiendo, no se va a ir dándote un baño
relajante ni tampoco enfrascándote en un buen libro. Ese malestar se va cuando
has hablado con alguien de lo que te pasa. Tal vez por eso esos viajes en bici
te dejen tan exhaustos y no por sus 15 km pedaleando. Al fin y al cabo, decir
la verdad siempre es más complicado y agotador que mentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario