“Ésa soy yo. Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha encontrado junto a un papel en blanco y una historia sin contar”.

martes, 31 de diciembre de 2013

Adiós, 2013

Supongo que ahora, rodeada de los postres que mi madre prepara para esta noche, con los pequeños de la familia correteando por el pasillo, los mayores pidiendo hora para pasar al baño y darse una ducha antes de cenar, con mi madre preparándome la tarta de cumpleaños y a apenas unas horas para empezar un nuevo año, es el mejor momento para ponerme a escribir. Para ponerme a hacer una valoración de las cosas que han ido pasando este año.
Hay personas con las que empecé y las cuales siguen estando, no se han ido y me han demostrado que no tienen intención de hacerlo. Otras se han ido cruzando en mi camino y desaparecido con el tiempo. Y otras pocas han aparecido de la nada y ahora son indispensables.
Hoy es el día en el que miramos atrás y recordamos todos los momentos vividos. Reímos al recordar las graciosas anécdotas de este 2013 y nos damos cuenta de que las anécdotas no tan graciosas, las que nos resultaron difíciles, las hemos logrado superar.
Hoy es cuando vemos que en la cena hay sillas vacías. Sillas que ya no volverán a ocuparse, pero en su lugar hay cochecitos de bebés y niños pequeños que cruzan el salón pasando por debajo de la mesa.
Hoy es cuando tenemos esa sensación de que se nos está dando una nueva oportunidad, la cual sabemos que vamos a desaprovechar pero, igualmente, nos hace ilusión.
Hoy es cuando decimos los “Voy a adelgazar”, “Estudiaré día a día”, “Voy a apuntarme al gimnasio”. Todo esto está bien. Lo pensamos pero, la mayoría de las veces, no los cumplimos. En fin, la intención es lo que cuenta, ¿no?
Hablamos de Diciembre como “las últimas 31 oportunidades del 2013” y hoy es cuando nos damos cuenta de que, en realidad, las oportunidades pasan sin darnos cuenta.

El 2013 ha sido un año de malas noticias como nunca y de buenos ratos y sonrisas como siempre.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Sueños de Navidad

Me he despertado con un sabor agridulce y con la certeza de que había soñado algo bonito. No podía recordar qué era exactamente ni por qué era bonito. Sólo sabía que, los segundos que había durado, me había hecho tremendamente feliz. Y no ha sido hasta que he visto a mi abuelo que me he acordado con qué he soñado.
Sí, he soñado con ella. Aparecía por la calle principal del pueblo, como si bajase de comprar el pan en su rutina diaria. Venía con su abrigo y su abultado bolso. En su rostro, sus labios pintados esbozaban una preciosa sonrisa. Estaba tremendamente guapa. Nunca la había visto tan radiante.
No nos lo podíamos creer. Salimos corriendo hacia ella y nos recibió en su cálido abrazo.
-          – Creíamos que habías muerto, yaya.- dije impactada. Aún no me creía que estuviese ahí.
       – ¿Muerto?- rio ante mi idea-. No, cielo. Sólo me he ido una temporada larga de viaje. Necesitaba abandonar todo esto un tiempo. Ser dueña de mí misma. ¿Cómo iba a abandonaros para siempre?
Y entonces me envolvió con sus brazos y me besó en la frente. Fueron sus besos, sus épicos besos, los que me hicieron darme cuenta de la realidad: ella no se había ido. Seguía con nosotros. Todo volvería a la normalidad.
Ahora estoy despierta y he vuelto a la vida real donde ella sigue sin estar, donde sus labios no besan mi frente y donde no puedo apoyar la cabeza en su pecho.

Supongo que es lo normal por estas fechas. Que en Navidad echamos más en falta a las personas que se han ido de nuestro lado. Que en vez de llorar mientras escribo esto debería estar contenta por haber podido soñar con ella una vez más.