Me he despertado con un sabor agridulce y con la certeza de
que había soñado algo bonito. No podía recordar qué era exactamente ni por qué
era bonito. Sólo sabía que, los segundos que había durado, me había hecho
tremendamente feliz. Y no ha sido hasta que he visto a mi abuelo que me he
acordado con qué he soñado.
Sí, he soñado con ella. Aparecía por la calle principal del
pueblo, como si bajase de comprar el pan en su rutina diaria. Venía con su
abrigo y su abultado bolso. En su rostro, sus labios pintados esbozaban una
preciosa sonrisa. Estaba tremendamente guapa. Nunca la había visto tan
radiante.
No nos lo podíamos creer. Salimos corriendo hacia ella y nos
recibió en su cálido abrazo.
- – Creíamos que habías muerto, yaya.- dije
impactada. Aún no me creía que estuviese ahí.
– ¿Muerto?- rio ante mi idea-. No, cielo. Sólo me he ido una temporada
larga de viaje. Necesitaba abandonar todo esto un tiempo. Ser dueña de mí
misma. ¿Cómo iba a abandonaros para siempre?
Y entonces me envolvió con sus brazos y me besó en la
frente. Fueron sus besos, sus épicos besos, los que me hicieron darme cuenta de
la realidad: ella no se había ido. Seguía con nosotros. Todo volvería a la
normalidad.
Ahora estoy despierta y he vuelto a la vida real donde ella
sigue sin estar, donde sus labios no besan mi frente y donde no puedo apoyar la
cabeza en su pecho.
Supongo que es lo normal por estas fechas. Que en Navidad
echamos más en falta a las personas que se han ido de nuestro lado. Que en vez
de llorar mientras escribo esto debería estar contenta por haber podido soñar
con ella una vez más.
Eres la mejor
ResponderEliminarMe han caído un par de lágrimas. Con eso te digo todo.
ResponderEliminar