“Ésa soy yo. Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha encontrado junto a un papel en blanco y una historia sin contar”.

viernes, 11 de julio de 2014

"Cafeínas sentimentales"

- Así que eso te cuento- digo, removiendo distraídamente mi café con leche.
Ella da un pequeño trago a su descafeinado de máquina y lo deja en el platito. Me mira seriamente y niega ligeramente con la cabeza.
- No tienes por qué aguantar estas tonterías. Tienes mucha más cabeza que todas ellas juntas- me contesta.
Suspiro amargamente y miro a mi alrededor. Ciertamente no es el lugar en el que habría imaginado acabar. Y la verdad es que tampoco sé muy bien cómo he acabado en esa cafetería, sentada en una mesa al lado de la máquina tragaperras (una máquina que no me vendría mal que se tragase a más de una), con una sudadera en pleno Julio y contándole a mi madre todos mis problemas adolescentes. No, lo cierto es que nunca pensé que acabaría así.
- Es que... Dios mío, estoy harta de tanta tontería. Harta de tanta gente que lo único que sabe hacer es meterse en la vida de los demás y criticar. Y luego ya lo que me revienta es lo falsos que pueden llegar a ser algunos y algunas. Y es que antes era capaz de aguantar todo esto y la inmadurez de ciertas personas pero cada vez menos y de lo que me dan ganas es de mandarles a todos a la mierda...
- Tranquilízate, eres demasiado guapa como para preocuparte por eso.
Me quedo mirándola y las dos nos echamos a reír. 
-No digas tonterías, anda...
- No, ahora en serio -me dice-, tienes amigos que valen oro, disfruta con ellos y olvídate de los demás. Ademas, mira, esa es una guarra, la otra una lameculos y una metemierda, y las otras dos unas marujas. No tienes que envidiarlas en nada.
Ante tales comentarios sólo puedo reír.
Estrujo el sobre de azúcar con una mano y me doy cuenta de que el hombre que está gastando todo su dinero en la tragaperras no quita el oído de nuestra conversación. No sé si la curiosidad mató al gato, pero a este hombre le va a dejar arruinado porque sigue metiendo moneditas en la máquina.
- Me tengo que ir a trabajar- comenta mi madre.

- Sí, es verdad. Siento haberte entretenido- le digo, levantándome de mi asiento.
- No es problema, cariño. El próximo día buscaremos un sitio más elegante- dice guiñándome un ojo a la vez que salimos por la puerta.
Nos despedimos y me da un beso en la frente. Qué diferente habría sido todo si desde el principio le hubiese confiado más cosas de las que me pasaban y cuánto sufrimiento podría haberme ahorrado en su momento. No, no era mi amiga, claro que no lo era. Y ninguna de las dos quería que lo fuese, porque una madre es una madre y tendría que haberme dado cuenta antes que, aunque me haga ver que lo he hecho mal, su apoyo no me faltaría nunca. Porque no es mi amiga; es mi madre.

jueves, 3 de julio de 2014

Eso que tú llamas felicidad

¿Qué ha pasado? ¿Qué te han hecho? ¿Qué te has hecho? Cuéntamelo. Entre calada y calada tienes tiempo. Te miro, te miro y no te reconozco. Te has convertido en algo que nunca quisiste ser. Dejaste de ser mi ejemplo a seguir para ser el ejemplo de qué no seguir. Dime dónde quedaron esos momentos de felicidad juntos, esa complicidad y esos juegos de dos que nadie más entendía, porque yo no los veo por ningún lado. Ya no sé si es por el humo de tus porros que no me deja verlos o porque tú mismo te has encargado de esconderlos. De esconderlos como escondíamos nuestras travesuras. O como yo guardaba tus secretos. El problema es que ahora tus secretos a mí se me quedan grandes y no es porque yo sea de baja estatura. Siempre fuiste propenso a dejar que tu felicidad dependiera de otras personas pero nunca imaginé que le darías ese privilegio a una planta. Una planta que te da felicidad por media hora y destruye todo lo que a tu alrededor te la daba el resto del día. Igual que destruye tu personalidad. Y no te creas, tu “felicidad”, irónicamente, también ha destruido la mía. Y la de esta casa que ahora tiembla con cada vez que te enfadas. Como la pata de esa mesa que se rompió en un intento de huir de casa. Como mi cuerpo con cada grito. Como el papelillo de tu cigarro cuando resoplas indignado.

Pero, tranquilo, tú sigue inhalando tu felicidad y sigue pensando que ese humo expulsa tus problemas, que seguro que así, el día que soples y apagues la llama de tu mechero, tus deseos se cumplirán. Mientras tanto yo estaré aquí, para cuando esa felicidad te dañe y te des cuenta que tus problemas no se han ido.