Me encuentro frente a mi ordenador. El Word abierto. Un
documento en blanco. El guión parpadea animándome a que empiece a escribir.
Pero no encuentro sobre qué. Mi inspiración parece haberse esfumado. Tengo
miedo de que no vuelva. Yo sabía hacer esto. Llevo demasiado tiempo con mi
mente bloqueada. Intento expresarme y no me sale. Me gusta escribir cosas que te lleguen a ese pequeño rincón que tenemos en el que guardas tus sentimientos y emociones. O, a veces, busco llegar a tu cerebro
con mis críticas sociales, expresando mis pensamientos, esos que parecen pertenecer
a otra época.
Pensé que había encontrado mi fuente de inspiración. Jugaba
con la razón y la emoción. Me iba bien. No sé por qué pero a la gente le gusta
leer acerca de los sentimientos de otras personas. Me funcionaba. Nos gusta
criticar lo que nos rodea. Pero se me ha acabado ya. Podría seguir escribiendo
sobre mis recuerdos, mi tristeza y mis críticas, pero no serviría más que para
salvar el paso. Sería repetirme. Y no me gusta. Quiero cambiar. Romper con mi
rutina.
Busco ideas en mi alrededor. El cable del cargador del
ordenador enredado, una serie policíaca en la tele, un vaso casi vacío, mis
uñas rojas tamborileando en el teclado. Lo de siempre. Todo igual. Pienso que
tal vez esta monotonía sea la culpable de mi frustrante y prolongado bloqueo
mental. Lo maldigo en silencio mientras cierro el documento en blanco del Word.
Buscaré otro momento, otra musa o, simplemente, otro sentimiento porque está
claro que algo en mí no funciona.
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