Escribí esta historia para un concurso de relatos que se celebró en mi pueblo este verano. Ahora la hago pública aquí. Espero que guste.
«Me sumergí en el mundo
de sus ojos marrones color café como hacía cada vez que le miraba. En ellos,
vivía en un mundo paralelo donde las alegrías eran continuas y nuestra mayor
preocupación era que nuestros labios se separasen milímetros. Cerré los ojos y
volví a besarle. Pensé que nunca podría cansarme del sabor de su boca.
Se separó ligeramente,
esbozó esa media sonrisa que tanto me gusta, dibujó con sus labios un “te
quiero” y después los posó en mi frente.
Rodeé su cintura con
mis brazos y me quedé ahí parada, abrazada a él. Estaba segura de que la
escena, lejos de ser bonita, resultaba ridícula; él me sacaba alrededor de
treinta centímetros pero nunca le dio importancia.
Hacía frío puesto que
era pleno invierno pero, al estar abrazada a él, su cuerpo me traspasaba su
calor.
Habíamos salido a cenar
aquella noche porque, en poco tiempo, iba a cumplir mis veinticinco años aunque
tenía la sensación de que había vivido por treinta y nueve. Demasiado madura,
quizás.
Habíamos tenido muchas
dificultades pero al final habíamos conseguido estar juntos. No pensaba dejar
que un pequeño bache me lo arrebatase. Bueno, vale, tal vez ese no fuese uno
pequeño pero igualmente estaba dispuesta a luchar por él y superarlo.
Aspiré con fuerza por
la nariz, impregnándome de su olor. Sonreí ligeramente. Desde que le había
dicho que mi olor favorito era el del “Axe”, lo usaba todos los días.
Lo nuestro no era algo
casual; llevábamos mucho tiempo conociéndonos y tonteando. Él se lo había
pensado mucho antes de pedirme nada y yo me había pensado más aún qué
contestarle. Pero me di cuenta de que le necesitaba en mi vida, que él me
preocupaba, que no aguantaría verle con otra. Me di cuenta de que le quería.
Mis amigas dicen que
nunca han dicho un “te quiero” sincero a ningún chico. Yo sí. Muchos. A ese
idiota que me abrazaba. No me sentía superior a ellas por eso; simplemente, más
afortunada.
Mientras ellas vivían
amores de una semana yo llevaba con él cerca de tres años.
De pronto, su voz grave
me trajo de vuelta a la realidad.
- - Estás tiritando.- dijo quitándose su
abrigo y pasándomelo por encima de los hombros.
- - No, quédatelo tú. Yo estoy bien. No
quiero que te pongas malo.- repuse devolviéndoselo.
Ciertamente,
me moría de frío pero no quería que él enfermase. Me daba miedo que eso pudiese
perjudicarle.
Había
empezado a nevar y ligeros copos caían sobre nosotros. Mientras él retiraba
unos pequeños copos que se habían quedado en mi pelo, me preguntó algo que me
pilló por sorpresa:
- - ¿Me juras que eres sólo mía?
- - Creía que eso estaba claro.- repuse.-
Soy únicamente tuya.
- - ¿Segura?- preguntó con voz profunda
colocándome el gorro de lana que me cubría la cabeza.
- - Totalmente.
- - Te quiero.- volvió a decirme. Y se
agachó para besarme de nuevo pero esta vez en los labios.
Era
un beso de esos sinceros, esos que se dan desde el cariño.
El
cariño, eso era lo que les faltaba a los ligues de mis amigas y que yo tenía
todos los días.
Era
ya casi media noche. Las estrellas brillaban en el cielo.
Supuse
que las familias normales estarían en sus casas calentitas, cenando todos
juntos en familia. Pero nosotros no éramos una familia normal. Y estábamos muy
lejos de serlo.
Sólo
llevábamos juntos tres años pero ya estábamos casados. Nos corría prisa hacerlo
formal. Nos urgía.
Miré
a mi alrededor. Las luces de Navidad brillaban con fuerza dándole al ambiente
una apariencia de alegría y felicidad. Esas luces me recordaron que todo en la
vida sigue. Que todo puede ser bueno de nuevo. Que hay luz después de la
oscuridad. Que hay vida tras la destrucción.
Íbamos caminando de la
mano cuando su reloj digital pitó, anunciando las doce de la noche. Me paré en
seco en mitad de la calle. Tiré de él hacia mí y con una sonrisa dibujada en la
cara le susurré al oído:
- - Feliz Año Nuevo.- y sin darle opción a
responder, le besé.
Sus
labios estaban fríos, como los míos, pero carecían de las grietas que
los míos tenían por el frío. Sin embargo, se sentían tan cálidos presionados
contra los míos…
Él
rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia sí con más fuerza. Parecía
que íbamos a fundirnos en uno solo. Levanté mis brazos y rodeé su cuello.
Enredé mis dedos en su cabello marrón y me pregunté cuántas veces más podría
hacer ese gesto en el nuevo año que acabábamos de empezar.
Me
hice una promesa a mí misma mientras mis dedos soltaban ligeramente su cabello.
Una promesa de nuevo año: Juntos, lograríamos vencer su cáncer».
No creo que nadie pudiera poner en practica tan bien un consejo de Rueda
ResponderEliminar