“Ésa soy yo. Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha encontrado junto a un papel en blanco y una historia sin contar”.

lunes, 20 de enero de 2014

Promesas de Año Nuevo

Escribí esta historia para un concurso de relatos que se celebró en mi pueblo este verano. Ahora la hago pública aquí. Espero que guste.
«Me sumergí en el mundo de sus ojos marrones color café como hacía cada vez que le miraba. En ellos, vivía en un mundo paralelo donde las alegrías eran continuas y nuestra mayor preocupación era que nuestros labios se separasen milímetros. Cerré los ojos y volví a besarle. Pensé que nunca podría cansarme del sabor de su boca.
Se separó ligeramente, esbozó esa media sonrisa que tanto me gusta, dibujó con sus labios un “te quiero” y después los posó en mi frente.
Rodeé su cintura con mis brazos y me quedé ahí parada, abrazada a él. Estaba segura de que la escena, lejos de ser bonita, resultaba ridícula; él me sacaba alrededor de treinta centímetros pero nunca le dio importancia.
Hacía frío puesto que era pleno invierno pero, al estar abrazada a él, su cuerpo me traspasaba su calor.
Habíamos salido a cenar aquella noche porque, en poco tiempo, iba a cumplir mis veinticinco años aunque tenía la sensación de que había vivido por treinta y nueve. Demasiado madura, quizás.
Habíamos tenido muchas dificultades pero al final habíamos conseguido estar juntos. No pensaba dejar que un pequeño bache me lo arrebatase. Bueno, vale, tal vez ese no fuese uno pequeño pero igualmente estaba dispuesta a luchar por él y superarlo.
Aspiré con fuerza por la nariz, impregnándome de su olor. Sonreí ligeramente. Desde que le había dicho que mi olor favorito era el del “Axe”, lo usaba todos los días.
Lo nuestro no era algo casual; llevábamos mucho tiempo conociéndonos y tonteando. Él se lo había pensado mucho antes de pedirme nada y yo me había pensado más aún qué contestarle. Pero me di cuenta de que le necesitaba en mi vida, que él me preocupaba, que no aguantaría verle con otra. Me di cuenta de que le quería.
Mis amigas dicen que nunca han dicho un “te quiero” sincero a ningún chico. Yo sí. Muchos. A ese idiota que me abrazaba. No me sentía superior a ellas por eso; simplemente, más afortunada.
Mientras ellas vivían amores de una semana yo llevaba con él cerca de tres años.
De pronto, su voz grave me trajo de vuelta a la realidad.
-          - Estás tiritando.- dijo quitándose su abrigo y pasándomelo por encima de los hombros.
-         -  No, quédatelo tú. Yo estoy bien. No quiero que te pongas malo.- repuse devolviéndoselo.
Ciertamente, me moría de frío pero no quería que él enfermase. Me daba miedo que eso pudiese perjudicarle.
Había empezado a nevar y ligeros copos caían sobre nosotros. Mientras él retiraba unos pequeños copos que se habían quedado en mi pelo, me preguntó algo que me pilló por sorpresa:
-          -  ¿Me juras que eres sólo mía?
-          - Creía que eso estaba claro.- repuse.- Soy únicamente tuya.
-          - ¿Segura?- preguntó con voz profunda colocándome el gorro de lana que me cubría la cabeza.
-           - Totalmente.
-           - Te quiero.- volvió a decirme. Y se agachó para besarme de nuevo pero esta vez en los labios.
Era un beso de esos sinceros, esos que se dan desde el cariño.
El cariño, eso era lo que les faltaba a los ligues de mis amigas y que yo tenía todos los días.
Era ya casi media noche. Las estrellas brillaban en el cielo.
Supuse que las familias normales estarían en sus casas calentitas, cenando todos juntos en familia. Pero nosotros no éramos una familia normal. Y estábamos muy lejos de serlo.
Sólo llevábamos juntos tres años pero ya estábamos casados. Nos corría prisa hacerlo formal. Nos urgía.
Miré a mi alrededor. Las luces de Navidad brillaban con fuerza dándole al ambiente una apariencia de alegría y felicidad. Esas luces me recordaron que todo en la vida sigue. Que todo puede ser bueno de nuevo. Que hay luz después de la oscuridad. Que hay vida tras la destrucción.
Íbamos caminando de la mano cuando su reloj digital pitó, anunciando las doce de la noche. Me paré en seco en mitad de la calle. Tiré de él hacia mí y con una sonrisa dibujada en la cara le susurré al oído:
-          - Feliz Año Nuevo.- y sin darle opción a responder, le besé.
Sus labios estaban fríos, como los míos, pero carecían de las grietas que los míos tenían por el frío. Sin embargo, se sentían tan cálidos presionados contra los míos…
Él rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia sí con más fuerza. Parecía que íbamos a fundirnos en uno solo. Levanté mis brazos y rodeé su cuello. Enredé mis dedos en su cabello marrón y me pregunté cuántas veces más podría hacer ese gesto en el nuevo año que acabábamos de empezar.


Me hice una promesa a mí misma mientras mis dedos soltaban ligeramente su cabello. Una promesa de nuevo año: Juntos, lograríamos vencer su cáncer».

1 comentario:

  1. No creo que nadie pudiera poner en practica tan bien un consejo de Rueda

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