“Ésa soy yo. Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha encontrado junto a un papel en blanco y una historia sin contar”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Viejos lugares, nuevos sentimientos

Voy a la habitación de mis padres. Dejo mi maleta. Pienso en la cantidad de veranos que dormí ahí. Me giro y me encuentro de frente al armario. Según acerco la mano a su pomo vienen a mí los recuerdos de cuando iba allí en invierno en busca de mi pijama. Aferro el pomo de la puerta del armario y tiro. El pomo se queda en mi.mano mientras mi cerebro me recuerda que siempre estuvo roto. 'Hace demasiado que no piso por aquí' pienso. Salgo de la habitación. Cruzo el salón y el pasillo, ambos a oscuras, y entro al cuarto de baño. Apoyo las manos en el lavabo y me miro en el espejo. Pero estoy mirando sin observar. Mi mente no está allí. Mi mente está en el pasado. En los muchos momentos que había pasado allí. Instintivamente, alargo la mano hasta el vaso de los cepillos de dientes buscando a tientas el mío sin éxito alguno. Miro el vaso y me doy cuenta de que está completamente vacío. "Idiota" pienso "¿Qué va a pintar AHORA tu cepillo ahí?" Miro otra vez al espejo. Mi reflejo está ahí. Hay una chica rubia, bajita y de ojos claros con una mirada de confusión y dolor que me devuelve la mirada. Los estantes de alrededor del espejo están vacíos. Apenas un par de botes de colonia. Recuerdo el día que rompí al menos tres botes de perfumes de mi abuela de golpe. El efecto dominó y mi estado propenso a romper cosas. Salgo del baño y entro a la cocina. A mano derecha tengo dos interruptores. Como movida por mi instinto, pulso el más cercano a mí. Correcto. Las luces de la cocina se encienden con su épico parpadeo. Noto los ojos secos. Las lágrimas no tardarán en llegar. La garganta también está seca ahora. Avanzo hasta la encimera de la cocina y, levantando el brazo por encima de mi cabeza, abro el armario de la pared. Por costumbre, me pongo de puntillas para coger el vaso pero me doy cuenta de que ya no lo necesito. Sonrió. Pero no es una sonrisa de felicidad. Es una sonrisa irónica. Hace demasiado tiempo desde la última vez que hice ese gesto de coger el vaso. Lo suficiente para que note que he crecido. Demasiado tiempo repito. Con estos pensamientos en mi cabeza, me acerco a la puerta de la terraza. Recuerdo cuando cenábamos los cuatro ahí fuera: Yaya, yayo, mi hermano y yo. Cuando ellos dos todavía estaban bien. Ahora estoy en la terraza. Miro al cielo y contemplo las estrellas. Que pasase una estrella fugaz sería demasiada coincidencia, demasiado pedir. Pero, en caso de que así fuese, no tendría que pensar en mi deseo. Recuerdo el último verano que pasé con ella, esa lluvia de estrellas tan especial juntas, los helados que nos tomábamos cuando yo volvía a casa, esos paseos nocturnos. Todo era perfecto. Vuelvo a la cocina. Dejo el vaso en la mesa, no sin pensar que está más baja que hace un par de años. Salgo de la cocina. Alargo el brazo y pulso los dos interruptores que hay en la pared. Incorrecto. Podía pasarme meses y meses seguidos en esa casa que siempre cometería el mismo fallo al salir de la cocina. Me giro. La luz de la cocina se ha apagado. Miro a través de la puerta de la terraza. La luz de fuera se ha encendido. Vuelvo a mostrar mi sonrisa irónica y, pulsando de nuevo uno de los interruptores, pienso que hay cosas que ni el tiempo logra que olvidemos.

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