Gracias de nuevo, mamá.
Por haber vuelto a hacer magia.
Gracias por haber confiado en mí cuando ni yo misma lo hacía. Gracias por haber estado siempre dispuesta a ayudarme, a pesar de mis malas contestaciones, de mis días de mal humor, de cuando tenía examen de filosofía. Gracias por haber secado todas y cada una de las lágrimas previas a cada examen de física y biología, cuando sentía que el mundo se me venía encima y no tenía fuerza suficiente para sujetarlo. Gracias por cada taco de papel para sucio. Gracias por cada beso a la luz del flexo. Gracias por haberme recordado cada día que si alguien podía con ello, era yo.
A veces sólo hay que volver a lo de siempre.
Y tú volviste a trenzar hilos de colores y yo volví a creer en la magia.
Y es que a veces, sin importar el dónde ni el cuándo, miraba la pulsera atada a mi muñeca y eso valía para sentirme mágicamente transportada años atrás, donde no sabía lo que era desconfiar de mí misma.
Y es que esa pulsera, que más que tradición ya era amuleto, no era más que otra manera de atarme un poco más a mis sueños y sentirlos cada día a mi alcance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario